El valor de la amistad

En los últimos días me ha dado por reflexionar acerca del valor de la amistad, en especial, la que está fundamentada en valores, como la lealtad y la solidaridad. Amistad que, con el paso de los años, como el buen vino, adquiere mejores aromas.

 

Vienen a mis recuerdos los tiempos en que nos juntábamos en la casa de la querida Gladys Gutiérrez. Éramos jóvenes que nos iniciábamos en la carrera, con dos y tres empleos mal pagados, para poder sacar adelante la familia que levantábamos con grandes sacrificios.

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Hacíamos serruchos para comprar queso blanco, con galletas y unas cuantas cervezas.  La mayoría se transportaba a pie y otros, como yo, teníamos un conato de vehículo que los amigos a modo de broma, decían que en vez de montarme en el, me lo ponía. 

 

Aun así, al final de nuestros encuentros, me permitía llevarlos hasta sus casas, y nunca nos dejó en el camino. Nos motivaba la identificación con las grandes aspiraciones de cambio en el orden personal, pero también de rumbo político y social del país.

 

Finalmente soplaron vientos de cambios, y algunos de los que asiduamente nos reuníamos donde Gladys mejoraron su condición de vida, otros seguimos con ligeras variaciones, que con los años han dejado sus huellas, para bien o para mal.

 

Supe que uno de esos amigos vivió un cambio tan alucinante en su vida que se pellizcaba para asegurarse de que no se trataba de un sueño.

 

Con frecuencia recibía llamadas de personas a las que sólo conocía en los medios de comunicación en los que laboraba: Vicini, Viyella, Bonetti, Paliza, que se hicieron familiares en sus oficinas para invitarlo a desayunar, analizar tal o cual proyecto y solicitarle su intervención para reunirse con el presidente. 

 

En el plano personal hasta para los cumpleaños familiares recibía invitaciones junto a sus hijos, suspiraba cuando lo llamaban por su nombre de pila en diminutivo, como para acercarlo más a sus afectos.

 

En ese esquema no cabían los humildes amigos que nos reuníamos a tomar cerveza con Gladys en su apartamento en el edificio Curvo, y cuando solían producirse frugales encuentros, terminaban cargados de antipatías y muestras de arrogancia.

 

De modo que el “progreso” nos arrebató a uno de nuestros mejores aliados en la aventura del serrucho para comprar hasta una funda de hielo.

 

Para desgracia suya, los mismos vientos que lo subieron a las alturas, lo despertaron de su sueño. Pronto, quienes lo perseguían como moscas a la miel, no le tomaban una llamada telefónica, ni lo tenían en su agenda para mostrarle sus afectos, pues los dueños de esos apellidos lo valoraban por la importancia del cargo que desempeñaba.

 

Entonces no contaba ni con la interesada amistad de ningún apellido de abolengo, pero tampoco con la de los Martínez, García, Santana, Núñez o Cabral, con quienes compartía el queso blanco y la galleta.

 

Supe que confesó su orfandad afectiva cuando llamó a una de esas amigas para pedirle que le permitiera visitar su casa, tomarse una taza de café, charlar un poco y tratar de “zurcir” las deterioradas relaciones. Desconozco si logró su objetivo.

 

Supe que otro de los que compartía aventuras donde Gladys, no recibió igual tratamiento del cambio que se operó cuando frecuentábamos sus cálidos encuentros y hoy sacia su dolor publicando en las redes sociales fotografías y provocando comentarios hirientes de las jaurías que lo siguen como si fuera un mesías. Destaca cualquier detalle sobre la caída del pelo, marcas en la piel y el deterioro físico que produce en las personas, el paso del tiempo y los malos momentos.

Subraya las inconductas en que incurren los exfuncionarios y minimiza los que podrían ser sus logros. Al igual que el caso anterior celebra sus nuevas amistades y evita a sus viejos contertulios.

 

Quise rememorar estos momentos de nuestra vida como homenaje a los buenos amigos, los que acompañan a uno a lo largo de su vida y aprecian la amistad fundamentada en valores y sentimientos. La que fructifica y se hace adulta, y que trasciende a los hijos de diferentes formas. Los amigos que celebran tus triunfos y se preocupan por cualquier tropiezo que se presente en tu vida.

 

De todos modos, como el bardo español Gustavo Adolfo Becquer esperemos a que “vuelvan las oscuras golondrinas, a tu balcón, sus nidos a colgar…”.

 

Y recordar que nunca es tarde para motivar a alguien con quien reíamos y celebrábamos a que rescatemos esos momentos, aunque las pasiones políticas y los intereses le hayan robado la espontaneidad de sus vidas.

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