A 50 años golpe contra Allende en Chile, derecha regatea democracia

Este lunes 11 de septiembre, hace 50 años, un violento golpe de Estado acabó con una de las democracias más estables de América Latina, puso fin de manera abrupta a la tradición de las fuerzas militares chilenas de no involucrarse en la política y marcó el comienzo de una dictadura despiadada de 17 años.

Salvador Allende, el presidente socialista de Chile, se había embarcado en una agenda ambiciosa que incluyó la nacionalización de la industria de cobre, la redistribución de tierras y el control estatal sobre otras industrias estratégicas y los bancos.

Los generales golpistas de Chile encabezados por el dictador Pinochet.

A medida que la economía se salía de control y la polarización política alimentaba una violencia cada vez mayor, empresarios, políticos conservadores, profesionales y algunos grupos de comercio presionaron para que se realizara una intervención militar.

La conspiración civil y militar para derrocar el gobierno de Allende, con la ayuda del financiamiento y las operaciones encubiertas de la CIA para desestabilizar el país, culminó en un sangriento golpe de Estado, del tipo del que los chilenos, a diferencia de otros países latinoamericanos, nunca habían experimentado.

Décadas después, la izquierda y la derecha siguen culpándose mutuamente por el colapso de la democracia. Lejos de las promesas de “¡nunca más!” pronunciadas por algunos líderes militares, algunos desde la derecha justifican el golpe y le restan importancia a las violaciones de derechos humanos que le siguieron. Este mes, líderes de la oposición de derecha se negaron a firmar un compromiso con la democracia organizado por el gobierno y rechazaron participar en los eventos oficiales del aniversario.

Allende, médico de formación pero político de carrera y miembro del Congreso durante 25 años, fue elegido democráticamente en 1970. La mañana del golpe, antes de que la última estación de radio leal al presidente fuera silenciada, pronunció una sombría despedida que transcribimos a continuación:

El presidente Salvador Allende derrocado hace 50 años por un golpe de Estado militar dirigido y financiado por Estados Unidos.

«Esta será seguramente la última oportunidad en que me pueda dirigir a ustedes.

La Fuerza Aérea ha bombardeado las torres de Radio Portales y Radio Corporación. Mis palabras no tienen amargura, sino decepción, y serán ellas el castigo moral para los que han traicionado el juramento que hicieron… soldados de Chile, comandantes en jefe titulares, el almirante Merino que se ha autodesignado, más el señor Mendoza, general rastrero… que sólo ayer manifestara su fidelidad y lealtad al gobierno, también se ha nominado director general de Carabineros.

Ante estos hechos, sólo me cabe decirle a los trabajadores: ¡Yo no voy a renunciar! Colocado en un tránsito histórico, pagaré con mi vida la lealtad del pueblo. Y les digo que tengo la certeza de que la semilla que entregáramos a la conciencia digna de miles y miles de chilenos, no podrá ser segada definitivamente. Tienen la fuerza, podrán avasallarnos, pero no se detienen los procesos sociales ni con el crimen… ni con la fuerza.

La historia es nuestra y la hacen los pueblos. Trabajadores de mi patria: Quiero agradecerles la lealtad que siempre tuvieron, la confianza que depositaron en un hombre que sólo fue intérprete de grandes anhelos de justicia, que empeñó su palabra en que respetaría la Constitución y la ley y así lo hizo.

En este momento definitivo, el último en que yo pueda dirigirme a ustedes,. quiero que aprovechen la lección. El capital foráneo, el imperialismo, unido a la reacción, creó el clima para que las Fuerzas Armadas rompieran su tradición, la que les enseñara Schneider y que reafirmara el comandante Araya, víctimas del mismo sector social que hoy estará en sus casas, esperando con mano ajena reconquistar el poder para seguir defendiendo sus granjerías y sus privilegios.

Me dirijo, sobre todo, a la modesta mujer de nuestra tierra, a la campesina que creyó en nosotros; a la obrera que trabajó más, a la madre que supo de nuestra preocupación por los niños. Me dirijo a los profesionales de la patria, a los profesionales patriotas, a los que hace días estuvieron trabajando contra la sedición auspiciada por los Colegios profesionales, colegios de clase para defender también las ventajas que una sociedad capitalista da a unos pocos.

Me dirijo a la juventud, a aquellos que cantaron, entregaron su alegría y su espíritu de lucha. Me dirijo al hombre de Chile, al obrero, al campesino, al intelectual, a aquellos que serán perseguidos… porque en nuestro país el fascismo ya estuvo hace muchas horas presente en los atentados terroristas, volando los puentes, cortando la línea férrea, destruyendo los oleoductos y los gaseoductos, frente al silencio de los que tenían la obligación de proceder: estaban comprometidos. La historia los juzgará.

Seguramente Radio Magallanes será callada y el metal tranquilo de mi voz no llegará a ustedes. No importa, lo seguirán oyendo. Siempre estaré junto a ustedes. Por lo menos, mi recuerdo será el de un hombre digno que fue leal a la lealtad de los trabajadores.

El pueblo debe defenderse, pero no sacrificarse. El pueblo no debe dejarse arrasar ni acribillar, pero tampoco puede humillarse.

Trabajadores de mi patria: tengo fe en Chile y su destino. Superarán otros hombres este momento gris y amargo, donde la traición pretende imponerse. Sigan ustedes sabiendo que, mucho más temprano que tarde, de nuevo abrirán las grandes alamedas por donde pase el hombre libre para construir una sociedad mejor.

Viva Chile! ¡Viva el pueblo! ¡Vivan los trabajadores! Éstas son mis últimas palabras y tengo la certeza de que mi sacrificio no será en vano. Tengo la certeza de que, por lo menos, habrá una lección moral que castigará la felonía, la cobardía y la traición».

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