Emerge ferozmente tercera generación Trinitarios y Dominican Don’t Play España
Jaime y Diego, de 15 y 25 años, son las últimas víctimas de una “tercera generación” de bandas juveniles en España que intensificó su violencia en los últimos meses.
Tras disputas entre los Dominican Don’t Play (DDP) y los Trinitarios que confluyeron el pasado fin de semana en Madrid, dejando dos muertos y tres apuñalados en estado grave, ha habido una respuesta contundente.
Desde este jueves, más de 500 policías controlan las calles y parques de 11 distritos de la capital y el municipio de Parla para frenar posibles represalias, y la Guardia Civil también desplegó a 834 agentes en nueve municipios de la Comunidad de Madrid, que vigilarán los puntos con una mayor presencia de estas bandas.
La escalada de violencia se detectó el pasado diciembre, cuando se impulsó la operación “Hispano” y en poco más de tres meses detuvieron a 118 personas e incautaron decenas de armas a estos grupos.
Sin embargo, los propios agentes, como el inspector y portavoz de la Unión Federal de Policía (UFP), José María Benito, lamentan que previamente “algo ha debido fallar” cuando las fuerzas de seguridad tienen que priorizar una amenaza como la que constituyen estas bandas juveniles, que contaban a finales de 2021 con 80 grupos activos en toda España, según datos del Ministerio del Interior.
Son menores de 13, 14 o 15 años, como Jaime, el chico vinculado a los Trinitarios que fue apuñalado mortalmente con un machete por presuntos miembros de los DDP hace una semana en el centro de Madrid, aunque la Policía aún no logró identificar a los autores. Y aseguran son más violentos porque quieren demostrar lealtad a sus superiores.
Según Joan Caballero, experto en grupos urbanos, la sociedad no se preocupó por acoger en comunidad a estos jóvenes, gran parte de ellos de origen extranjero o de padres inmigrantes, pero con nacionalidad española -estos últimos representan el 90 % según la delegada del Gobierno en Madrid, Mercedes González-.
En el seno de las bandas encontraron el “sentimiento de pertenencia” del que carecían. “Sienten que es su segunda familia”, afirma.
De hecho, tal compromiso de hermandad es el que les lleva a no mostrar escrúpulos a la hora de delinquir cuando así se lo piden sus superiores y llegan a matar a sangre fría.
Caballero destaca que la sociedad, además de marginarles, ha “estigmatizado” a los integrantes de las bandas, lo que ha hecho que “se reafirmen” en su condición de “pandilleros”: “Si la gente y la tele lo dice, pues sí, lo soy”.