Iglesia baja duro en su Carta Pastoral: Critican inseguridad y desempleo

Por Williams Tell B.
La Conferencia del Episcopado Dominicano en su Carta Pastoral 2025 – Caminemos juntos, la esperanza no defrauda ha deplorado la inseguridad en que viven numerosas familias, el desempleo que golpea especialmente a los jóvenes y el impacto del alto costo de la vida, reafirmando su misión de estar al lado de los más necesitados, los marginados y quienes sufren en su lucha por un futuro más digno y esperanzador.
En su Carta Pastoral titulada “Caminemos juntos: la esperanza no defrauda”, exhorta a renovar el “compromiso con la justicia social, el desarrollo integral y la protección de los más vulnerables”, los obispos dominicanos externan su «profunda preocupación» por la situacion que vive el pueblo dominicano frente a las «condiciones de pobreza y sufrimiento».
En el documento, cuyo tema surge a propósito del “Sínodo de la Sinodalidad y el Jubileo 2025: Peregrinos de esperanza”, la Iglesia Católica dice que “Nos duele ver cómo estas realidades laceran la dignidad humana y limitan el acceso a los derechos fundamentales que todo ser humano posee”.
Conscientes de los retos “que enfrentamos debido a los conflictos armados que sacuden al mundo, los cuales fomentan un futuro incierto y aterrador”, así como del “desequilibro emocional, familiar y social que vivimos”, los prelados invitan a buscar juntos soluciones concretas a las dificultades de la sociedad.
En la carta, el Episcopado también señala los signos de esperanza en la Iglesia: el compromiso formativo de los laicos, la búsqueda de superación de los jóvenes, el auge de la participación en organizaciones sociales, el rol activo de las mujeres en la vida de la Iglesia, y los movimientos eclesiales
A CONTINUACION LA CARTA PASTORAL DE LOS OBISPOS CATOLICOS:
Carta Pastoral
21 de enero de 2025
Caminemos juntos: la esperanza no defrauda
Queridos hermanos y hermanas en Cristo,
1. Con gran gozo y esperanza nos dirigimos al pueblo de Dios, que peregrina en la República Dominicana, que espera con fe el cumplimiento de la promesa hecha por nuestro Señor Jesucristo. La intención de esta Carta Pastoral es aprovechar dos grandes acontecimientos de nuestra Iglesia en el presente: el Sínodo de la Sinodalidad y el Jubileo de la Esperanza.
2. Queremos iluminar el camino que el Espíritu Santo nos invita a recorrer como Iglesia: un camino de sinodalidad y esperanza que nos abre a un horizonte renovador. El Sínodo de la Sinodalidad, convocado por el Papa Francisco, y cuya segunda fase acaba de concluir, nos llama a caminar juntos, a redescubrir nuestra identidad como comunidad de discípulos y misioneros de Jesucristo, donde la esperanza es el motor que nos impulsa hacia el futuro prometido.
3. Somos profundamente conscientes de los desafíos que enfrentamos debido a los conflictos armados que sacuden al mundo, los cuales fomentan un futuro incierto y, en ocasiones, aterrador. Esta realidad que afecta a la humanidad nos preocupa y nos interpela profundamente. El desequilibrio emocional, familiar y social que vivimos nos desafía y nos invita a una reflexión colectiva.
4. Como personas de fe, estamos llamados a “dar razón de nuestra esperanza” (1 Pe 3,15), siguiendo el ejemplo de tantos hombres y mujeres que, a lo largo de la historia sagrada, respondieron con generosidad y valentía a los grandes desafíos de su tiempo. Ellos se convirtieron en constructores del Reino de Dios, enfrentando con fe y esperanza las adversidades de su época. Hoy, nosotros también debemos asumir esta misión, transformando
la incertidumbre en una oportunidad para testimoniar el amor y la esperanza que brotan de nuestra fe.
5. Todos esperamos ver el nuevo rostro de la Iglesia sinodal, ya que como peregrinos de esperanza caminamos hacia el Reino que se nos ha prometido, “aun ignorando lo que traerá consigo el mañana”. En este caminar podemos perder la esperanza, ya que a veces nos desesperamos al ver que no llega pronto aquello que esperamos.
El fundamento bíblico de la esperanza cristiana
6. La Sagrada Escritura está llena de referencias que nos iluminan sobre la esperanza como virtud fundamental en la vida del creyente, una virtud que hunde sus raíces en la fe y que nos orienta hacia el cumplimiento de las promesas divinas. San Pablo, en su Carta a los Romanos, nos recuerda: “Que el Dios de la esperanza los colme de toda alegría y paz en la fe, para que rebosen de esperanza por la fuerza del Espíritu Santo” (Rom 15,13). Este versículo subraya que la esperanza no es una simple actitud optimista o un deseo humano, sino un don que
proviene del Espíritu Santo, quien nos llena de fuerza para enfrentar las adversidades confiando en la fidelidad y el amor de Dios.
7. En este contexto, Abraham, nuestro padre en la fe, se presenta como un modelo eminente de esperanza. San Pablo, al referirse a él en la misma Carta a los Romanos, lo describe como aquel que “esperando contra toda esperanza, creyó, y llegó a ser padre de muchas naciones” (Rom 4,18). Abraham, llamado a dejar su tierra y su seguridad para dirigirse hacia una tierra que Dios le mostraría, confió plenamente en la promesa divina, incluso cuando las circunstancias humanas parecían contradecirla. Su esperanza no se basaba en lo visible o en lo razonable según los criterios humanos, sino en la certeza de que Dios es fiel y cumple su palabra.
8. También el Salmo 130 resuena en el corazón de todo cristiano cuando dice: “Mi alma espera en el Señor, más que el centinela a la aurora” (Sal 130,6). La esperanza es una virtud activa, una espera vigilante de la luz del Señor que nos mantiene firmes ante las promesas de Dios.
9. El profeta Isaías también ofrece una visión poderosa de la esperanza como renovación de fuerzas: “Pero los que esperan a Yahvé tendrán nuevas fuerzas; levantarán alas como las águilas; correrán, y no se cansarán; caminarán, y no se fatigarán” (Is 40,31). Aquí, la esperanza no se presenta como pasividad, sino como una dinámica de renovación interior que permite a los creyentes perseverar en medio de la adversidad.
10. Ante la destrucción de Jerusalén y el exilio, Jeremías afirma: “Esto traigo a mi corazón, por esto tengo esperanza: que por la misericordia de Yahvé no hemos sido consumidos, porque nunca decayeron sus misericordias. Nuevas son cada mañana; grande es tu fidelidad. Yahvé es mi porción, dice mi alma; por tanto, en él esperaré” (Jer 3,21-24). La esperanza en Dios trasciende las circunstancias inmediatas, anclada en la fidelidad renovada de Dios cada día.
11. Con la llegada de Cristo, la esperanza adquiere una nueva dimensión escatológica. Jesús no solo es el cumplimiento de las promesas del Antiguo Testamento, sino que inaugura una esperanza que trasciende la muerte, fundamentada en su resurrección. En Romanos 5,5, san Pablo escribe: “Y la esperanza no defrauda, porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos fue dado”. Esta esperanza cristiana es más que una expectativa; es una certeza del amor de Dios que se nos ha revelado plenamente en Cristo.
12. La resurrección de Jesucristo es el fundamento supremo de la esperanza cristiana. En la primera carta a los Corintios, san Pablo argumenta que, si Cristo no hubiera resucitado, “seríamos los más dignos de lástima de todos los hombres” (15,19-22), pero con su resurrección, los cristianos tenemos la esperanza segura de la vida eterna. De este modo, la esperanza en el Nuevo Testamento está profundamente unida a la promesa de resurrección y la vida eterna en Cristo.
13. El autor de la carta a los Hebreos describe la esperanza como un “ancla del alma” (Cfr. Heb 6,16), destacando su estabilidad y firmeza en medio de las incertidumbres del mundo. Esta imagen refuerza la idea de que la esperanza cristiana es una seguridad en el cumplimiento final de las promesas de Dios, lo que da estabilidad y paz a los creyentes, incluso en medio de las pruebas.
14. Para el cristiano, la esperanza es inseparable de la fe. Como afirma el autor de la carta a los Hebreos: “La fe es la certeza de lo que se espera, la convicción de lo que no se ve” (Heb 11,1). Esta definición de fe pone de relieve el carácter escatológico de la esperanza: se espera aquello que aún no se ha visto, pero que se sabe que llegará por la promesa de Dios.
15. San Pedro exhorta a los cristianos a vivir siempre preparados para dar razón de su esperanza, señalando la importancia del testimonio cristiano en el mundo: “Estén siempre preparados para presentar defensa con mansedumbre y reverencia ante todo el que les demande razón de la esperanza que hay en ustedes” (1 Pe 3,15). La esperanza cristiana no es solo un consuelo personal, sino una fuente de misión y testimonio en el mundo, manifestando la certeza de que Dios está actuando en la historia y llevará a su plenitud todas las cosas en Cristo.
16. De igual modo, san Pablo, en su carta a Tito, nos exhorta: “Viviendo en este mundo con sobriedad, justicia y piedad, aguardando la feliz esperanza, la manifestación gloriosa de nuestro gran Dios y Salvador Jesucristo” (Tit. 2,12-13). La sinodalidad y la esperanza caminan de la mano, porque ambas nos sitúan en una dinámica de apertura al futuro que confiamos plenamente a Cristo.
17. La esperanza cristiana no es una mera expectativa de un futuro mejor, sino que está anclada en la promesa de Jesús a su comunidad de discípulos: “Yo estaré con ustedes todos los días, hasta el fin del mundo” (Mt 28,20). Ni tampoco es una espera pasiva o marcada por el miedo, sino una esperanza activa y confiada en un futuro promisorio que Dios está construyendo con nosotros. Como bien señala Jürgen Moltmann, la esperanza cristiana es la certeza de que elfuturo de Dios es de renovación y no de catástrofe. Es una promesa que se extiende a la Iglesia de todos los tiempos, invitándonos a confiar en su presencia viva y operante entre nosotros.
18. Impulsados por esta confianza y sostenidos por la esperanza, como Iglesia peregrina en la República Dominicana abrazamos la sinodalidad, en comunión, participación y misión con el sucesor de Pedro, el papa Francisco.
19. Con una visión esperanzadora hacia el porvenir de la Iglesia, confiamos en la promesa de una pesca abundante. Como fieles cristianos, depositamos nuestra fe en la palabra de Jesús cuando nos exhorta: “echen las redes”, (Jn 21,6) seguros de que el futuro de nuestra Iglesia es fecundo y de que la pesca será abundante.
La sinodalidad: caminar juntos hacia el futuro
20. La sinodalidad nos invita a profundizar en el sentido de “caminar juntos”, lo cual, es esencialmente un signo de comunión y esperanza. La palabra “sínodo” proviene del griego “syn-hodos”, que significa “camino conjunto”. Este camino ha sido marcado por Jesucristo desde la primera comunidad de discípulos y está arraigado en la comunión trinitaria. Por su lado, la bula papal Spes non confundit, nos recuerda que “ponerse en camino es un gesto típico de quienes buscan el sentido de la vida” (Snc 5).
21. El Documento Preparatorio del Sínodo nos recuerda que la sinodalidad implica una escucha atenta de todos los miembros del Pueblo de Dios. Este caminar juntos refleja la obra del Espíritu Santo y es una expresión viva de la esperanza que compartimos, pues cada paso que damos como comunidad es un paso hacia la plenitud del Reino. Para caminar juntos es necesario la conversión de las relaciones, de los procesos y de los lugares.
22. El Espíritu Santo es quien guía a la Iglesia en su caminar a través de los tiempos. Como se expresa en el Documento Final del Sínodo para la Amazonía, el Espíritu nos invita a “discernir juntos” los caminos nuevos por los que somos llamados a transitar. En esta etapa de nuestra historia, la sinodalidad se presenta como un signo profético que responde a las necesidades del mundo contemporáneo.
La sinodalidad como esperanza de una Iglesia renovada
23. El camino sinodal abre ante nosotros la visión de una Iglesia renovada, donde todos somos invitados a participar activamente, discerniendo juntos y construyendo una comunidad más fraterna y en comunión con Dios. La sinodalidad es, en este sentido, un signo de esperanza para la Iglesia, pues nos coloca en un proceso de transformación continua, donde el diálogo, la escucha y la participación son fundamentales.
24. La invitación a la sinodalidad resuena en nuestra Iglesia local con fuerza, especialmente en nuestra misión de responder a los desafíos actuales. Nos encontramos frente a un futuro promisorio, donde la renovación eclesial no sólo es posible, sino necesaria, y donde el Espíritu Santo nos impulsa a caminar juntos, confiando en que Dios está haciendo obras nuevas en medio de nosotros. El papa Francisco ha insistido en varias ocasiones que “el camino de la sinodalidad es el camino que Dios espera de la Iglesia en el tercer milenio”.
25. La Iglesia que peregrina en la República Dominicana vive y expresa la sinodalidad como la esperanza que se hace presente. Desde nuestras parroquias, movimientos y comunidades, estamos llamados a vivir este proceso de comunión y participación con renovado entusiasmo. El Sínodo de la Sinodalidad nos ofrece una oportunidad única para profundizar en nuestra vocación de ser una Iglesia que camina junta, que escucha a todos sus miembros y que confía plenamente en el futuro que Dios está preparando.
26. En este contexto, podemos identificar con gratitud algunos signos de esperanza que ya florecen en nuestro pueblo creyente:
a) El compromiso formativo de nuestros laicos. Contamos con un laicado cada vez más activo, comprometido y coherente con su fe. Se destaca el crecimiento del compromiso laical en la acción social y misionera de la Iglesia. Este signo de esperanza nos anima a seguir fortaleciendo su formación y acompañamiento.
b) La búsqueda de superación y el emprendimiento de nuestros jóvenes. Entre la juventud surge un renovado interés por vivir la fe cristiana de manera más profunda y auténtica, trascendiendo los encuentros meramente festivos o recreativos. Muchos jóvenes están comprometidos con su fe en todos los ámbitos de la vida, especialmente en el digital. Con creatividad y valentía, evangelizan a sus contemporáneos a través de internet, las redes sociales y las nuevas tecnologías, convirtiéndose en testigos del Evangelio en espacios inéditos.
c) El auge de la participación en organizaciones sociales. Aumenta constantemente el número de personas involucradas en organizaciones sin fines de lucro que enfrentan problemas sociales y ambientales. Este crecimiento refleja una sensibilidad creciente por el cuidado de la casa común y el compromiso por la justicia social. Estas iniciativas, nacidas del corazón de nuestras comunidades, son testimonio del Espíritu que impulsa a trabajar por un mundo más justo y solidario.
d) El rol activo de las mujeres en la vida eclesial. La participación de la mujer en la Iglesia es indispensable para dinamizar nuestras comunidades. Cada vez más mujeres asumen roles protagónicos en todos los niveles de la vida eclesial, desde la formación de comunidades cristianas hasta la dirección de movimientos apostólicos y organismos de servicio social y comunitario; como es el caso de Sor Simona Brambilla, primera prefecta del Vaticano, entre otros nombramientos. Su presencia y entrega son un signo de esperanza que inspira y transforma nuestras realidades.
e) Los movimientos eclesiales, como expresión viva del Espíritu Santo en la Iglesia, han asumido un rol clave en la defensa de la vida y la promoción de los valores familiares. A través de su dinamismo y compromiso, estos movimientos trabajan incansablemente para proteger la dignidad humana desde la concepción hasta la muerte natural, y promueven la familia como la célula fundamental de la sociedad.
27. Estos signos, profundamente enraizados en la fe y la solidaridad de nuestro pueblo, nos muestran que, aun en medio de los desafíos, el Espíritu Santo sigue obrando en nuestras comunidades, animándonos a caminar con esperanza hacia un futuro mejor.
Un llamado a caminar en esperanza
28. El llamado que nos hace el Sínodo de la Sinodalidad es un llamado a la confianza en que Dios sigue guiando a su pueblo y a la certeza de que, caminando juntos, estamos construyendo ya el futuro glorioso que Cristo nos prometió, ya que la “esperanza no defrauda” (Rm 5,5).
29. Como pastores, llevamos en el corazón la profunda preocupación por la situación en que vive nuestro amado pueblo dominicano. Compartimos su dolor frente a las condiciones de pobreza y sufrimiento que afectan a tantos de nuestros hermanos y hermanas. Nos duele ver cómo estas realidades laceran la dignidad humana y limitan el acceso a los derechos fundamentales que todo ser humano posee.
30. Es innegable que, como pueblo, hemos atravesado numerosos momentos de angustia y desesperación, marcados por la marginación social que afecta a tantos de nuestros hermanos. Nos conmueve profundamente la realidad de inseguridad en la que viven numerosas familias, el desempleo que golpea especialmente a los jóvenes, y el impacto del alto costo de la vida en los hogares más vulnerables.
31. En medio de las adversidades que enfrentamos, nos llena de esperanza reconocer el compromiso de tantas personas que, con gestos generosos y una preocupación constante por la justicia, siembran semillas de solidaridad en nuestras comunidades, convirtiéndose en auténticos faros de esperanza. Sus acciones desinteresadas hacia los más necesitados no solo alivian el sufrimiento de muchos, sino que también inspiran a otros a unirse en la noble causa de construir un futuro más justo y humano. Junto a ellos, compartimos el anhelo de una patria donde se respete la dignidad de cada persona y se garanticen sus derechos esenciales, una sociedad fundamentada en la justicia, la equidad y el bien común.
32. Nos inquieta sobremanera la situación de tantos dominicanos que viven en condiciones vulnerables, expuestos al riesgo constante de caer en la pobreza debido a las crisis económicas y los efectos del cambio climático. Ante esta realidad, como pueblo y como Iglesia, estamos llamados a renovar nuestro compromiso con la justicia social, el desarrollo integral y la protección de los más vulnerables, siendo una voz profética que acompañe a nuestro pueblo en su lucha por un futuro más digno y esperanzador.
33. Deseamos un año donde el pueblo dominicano se sienta fortalecido en su identidad y su vocación de paz, justicia y fraternidad. Que la sinodalidad nos inspire a buscar juntos soluciones concretas a nuestras dificultades, fomentando el diálogo y la solidaridad, recordando que, en Cristo, somos un solo cuerpo y que, en Él, nuestras esperanzas tienen fundamento seguro. Invitamos a cada dominicano a hacer de la sinodalidad y de la esperanza
un estilo de vida, confiados en que Dios, que es fiel, nos acompaña en este caminar hacia una Iglesia y un país mejor.
34. Como Iglesia en la República Dominicana, renovamos nuestro compromiso de estar al lado de los más necesitados, de los marginados y de aquellos que sufren, promoviendo iniciativas que fomenten la justicia social, la educación y el desarrollo integral de cada persona. Así como en tiempo del profeta Zacarías, el Señor promete regresar a su pueblo para habitar en medio de él (Cfr. Za 8, 3-5), esta promesa se hace hoy viva en nuestras comunidades cuando nos comprometemos a ser agentes activos de paz, justicia y transformación social. Todos somos llamados a ser corresponsables de la transformación de nuestras familias, comunidades y de la
nación entera.
35. Finalmente, queremos invitar al pueblo de Dios peregrino en la República Dominicana, a abrazar con entusiasmo el Jubileo de la Esperanza. En sus palabras, el Santo Padre nos recuerda que «en el corazón de toda persona anida la esperanza como deseo y expectativa del bien, aun ignorando lo que traerá consigo el mañana. Sin embargo, la imprevisibilidad del futuro hace surgir sentimientos a menudo contrapuestos: de la confianza al temor, de la serenidad al desaliento, de la certeza a la duda. Encontramos con frecuencia personas desanimadas, que miran el futuro con escepticismo y pesimismo, como si nada pudiera ofrecerles felicidad. Que el Jubileo sea para todos, ocasión de reavivar la esperanza».
36. En sintonía con este llamado, nuestro Plan Nacional de Pastoral ha adoptado como lema para este año: «Un pueblo Peregrino de Esperanza, que centra su vida en el Misterio Pascual». Éste nos invita a vivir con mayor profundidad el núcleo de nuestra fe, renovando nuestro compromiso con la evangelización y el testimonio de la esperanza cristiana.
37. Reafirmando nuestra dedicación a ser una presencia viva y activa en la sociedad, promoviendo los valores del Evangelio y defendiendo la dignidad de cada persona, pedimos la intercesión de Nuestra Señora de la Altagracia para que guíe nuestros pasos y fortalezca nuestra esperanza en el Señor.
En Cristo nuestra esperanza, caminemos hacia la Pascua,
✠ Héctor Rafael Rodríguez Rodríguez, M.S.C.,
Arzobispo Metropolitano de Santiago de los Caballeros
Presidente de la Conferencia del Episcopado Dominicano
✠ Jesús Castro Marte,
Obispo de Nuestra Señora de La Altagracia en Higüey
Vicepresidente de la Conferencia del Episcopado Dominicano
✠ Francisco Ozoria Acosta,
Arzobispo Metropolitano de Santo Domingo,
Primado de América
✠ Diómedes Espinal De León,
Obispo de Mao-Montecristi
✠ Julio César Corniel Amaro,
Obispo de Puerto Plata
✠ Andrés Napoleón Romero Cárdenas,
Obispo de Barahona
✠ Carlos Tomás Morel Diplán,
Obispo de La Vega
✠ Faustino Burgos Brisman, C.M.,
Obispo de Baní
Secretario General de la Conferencia del Episcopado Dominicano
✠ Santiago Rodríguez Rodríguez,
Obispo de San Pedro de Macorís
✠ Tomás Alejo Concepción,
Obispo de San Juan de la Maguana
✠ Ramón Alfredo De la Cruz Baldera,
Obispo de San Francisco de Macorís
✠ José Amable Durán Tineo
Obispo Auxiliar de Santo Domingo
‘‘Reafirmamos nuestra misión de estar al lado
de los más necesitados, de los marginados y de
aquellos que sufren, en su lucha por un futuro
más digno y esperanzador’’.