Iglesia Católica se pronuncia contra delincuencia y pobreza extrema

Critica el afán desmedido de riquezas

En su Carta Pastoral con motivo este sábado del Día de la Altagracia, la Iglesia Católica Dominicana se pronunció contra el auge de la delincuencia, la corrupción y la pobreza extrema en el país.

En el documento de la Conferencia del Episcopado Dominicano se queja de los males sociales que sacuden a la sociedad dominicana, citando el desempleo, la deficiencia en los servicios de salud, agua potable, electricidad y el transporte.

Monseñor Faustino Burgos, secretario general de la Conferencia del Episcopado Dominicano lee la Carta Pastoral con motivo del Día de la Altagracia.

En su Carta Pastoral titulada “La sinodalidad, camino de identidad eclesial”, los obispos consideran  que el auge de la delincuencia común es una raíz donde se hallan diversos factores, como un sistema socioeconómico excluyente y la desintegración familiar.

Razona que la pobreza espiritual empuja a un individualismo que también es raíz de muchos males sociales que destruyen la vida, como el aborto y la eutanasia, unido a la ambición desmedida de riquezas que es fuente de explotación desproporcionada de los recursos naturales, causando una grave herida a la creación, la cual hoy clama por auxilio.

Los obispos instan “a propiciar la creación de espacios para la participación equitativa en los bienes económicos en todos los niveles de la sociedad, colaborando con las autoridades, instituciones y personas en la búsqueda del bien común”.

La reflexión con motivo de la tradicional conmemoración religiosa, expresa que todas las personas son necesarias en la construcción de un mundo más justo, más humano y solidario, donde cada ser humano aporte desde el lugar donde se encuentre.

“Es el momento de restaurar la ética de la fraternidad y de la solidaridad”, donde nadie debería ser descartado con acciones que atenten contra la vida.

“Vivimos en una época caracterizada por el individualismo, la indiferencia y la búsqueda de la realización personal, sin tomar en cuenta a los demás. El caminar juntos nos obliga a hacernos conscientes de que la conquista del bien y la felicidad humana solo es posible cuando asumimos tareas comunes”, expresa sobre la visión de una iglesia sinodal, que asume los desafíos de cada persona y de cada época.

Refiere que los gozos y esperanzas, tristezas y angustias de los hombres de este tiempo, sobre todo de los pobres y de cuantos sufren, “son a la vez gozos y esperanzas, tristezas y angustias de los discípulos de Cristo. Nada hay verdaderamente humano que no encuentre eco en su corazón”.

La CED plantea que la crisis actual invita a recuperar el sentido de pertenencia y es el momento ideal para restaurar la ética de la fraternidad y de la solidaridad, regenerando vínculos de confianza, de pertenencia y de respeto.

Considera que el discernimiento sobre la voluntad de Dios y los signos de los tiempos se hace necesario en el mundo de hoy, en el cual todo parece posible y válido.

Al puntualizar que la familia es fundamental para la construcción de una Iglesia sinodal que inspire una sociedad fraterna y priorice el bien común, recuerda que es también “la primera escuela donde los hijos aprenden de sus padres el valor de la escucha, la obediencia, la honestidad, la actitud del diálogo, del respeto, el amor indispensable para vivir, y otros tantos valores humanos”.

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