La cultura del «vaso foan». Loa a lo desechable y a lo banal

Escuché el término por primera vez en boca del presentador y humorista Jochy Santos, y me pareció genial para hacer el símil con personas, objetos y condiciones, presentes en nuestra vida diaria, pero desechables al primer uso.

Ya había leído sobre la cultura de lo desechable, o a la cosificación e intrascendencia, propios de la sociedad del consumo, tanto de personas como de objetos, tal y como lo son un sorbete de plástico, un plato, vaso de espuma, que utilizamos para ingerir nuestros alimentos.

Pero quiero argumentar sobre tantas personas con las que uno se junta en el trajín diario en el trabajo, en las calles, el metro o centro de estudio que, de manera poco empáticas, se mueven como bultos a tu alrededor, en ocasiones por la barrera que uno mismo se impone o porque a los demás no les motiva tu cercanía, pues vivimos en una sociedad de polos opuestos.

Ya el salsero panameño Rubén Blades había popularizado en los años 70 su canción sobre la hipocresía, levedad y falsedad de la sociedad en los tiempos actuales, a las que graficó con el plástico.

Mi intención no es satanizar el vaso de «foan» o la espuma plástica, que como todo producto depende del uso que le demos las personas, en este caso, su uso facilita la vida de las personas, en tanto ahorran el fregar los enseres de cocina, satisfechas nuestras necesidades alimentarias, en la situación actual, caracterizada por la rapidez y la espontaneidad.

Sin embargo, debo reconocer las críticas que genera el uso abusivo de este material, tal y como si se tratara de una plaga para el ciudadano, en tanto se acumulan en vertederos improvisados de cualquier lugar, tupen las cañerías del drenaje pluvial, provocan las repentinas inundaciones, contaminando los cursos de agua, con daños al medio ambiente y a la salud de la gente, con los primeros aguaceros. 

Pues aplicándoselo a la interacción social, encontramos amistades de vaso-foan que no son más que aquellas personas con las que coincides en una determinada coyuntura, que puede ser positiva o para nada auspiciosa.

Su repentina ausencia de tu vida se hace inminente, una vez cambian las circunstancias que te acercaron a ella. Generalmente los paros laborales o los divorcios aportan muchos de estos casos.

Proliferan como plaga en el ámbito político por el oportunismo que caracteriza a quienes ejercen esta práctica como medio de vida. Se espantan de tu vida una vez resulta ganadora la opción política a la que apostaron. 

No te desean cerca porque no les aportas argumentos que te unan a su nuevo círculo de amigos, y a la postre sienten que les contaminas el espacio que cultivaron, mientras te presentaban la cara falsa con la que se cruzaron en tu vida.  

Simplemente fuiste para ellos como un compañero de viaje que se bajó del tren en la primera parada. Para mantener el hilo de esta reflexión, el «vaso-foan» con que se saciaron su sed y ahora lanzan a la basura. 

Pero la cultura del vaso-foan se expresa de forma devastadora en las familias, con matrimonios unidos a penas por intereses y ventajismos, como una posición económica y otros bienes materiales muy holgados, pero no sustentables en el espacio-tiempo que le ha tocado desenvolverse.

En estos casos, los valores como la lealtad y sinceridad brillan por su ausencia. Por lo general estas uniones aportan a la sociedad hijos inadaptados, criados por abuelas y tíos, carentes de principios, como la solidaridad con los demás, y por supuesto, ajenos al compromiso con causas nobles.

De ahí la proliferación de las adicciones y la descomposición de la sociedad, con prácticas cada vez más censurables.

Pero encontramos esta cultura en nuestro vecindario. Gente que desconoce cómo se llama el vecino que habita por años en su mismo residencial. Les das los buenos días y no lo responden.

No acuden a la sirena de la ambulancia que pasó por su ventana para cerciorarse de que algún vecino precisa de su ayuda, pues no prima el ánimo de ser útil a la urgencia que precise su conciudadano.

En muchos casos, se trata de prácticas copiadas de sociedades en las que el ser humano prescinde de los demás, confiado en que el Estado constituye el centro de la vida, y no precisan de la solidaridad.

Resulta imposible devolver las agujas del reloj para encontrarnos con los tiempos en los que la familia era el vecindario, la comunidad era el pueblo y los seres humanos solidarios e identificados con los problemas de los demás. Seres auténticos, centrados en valores y principios que hacían del nuestro, un mundo más amigable y mejor.

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