La prosperidad de unos pocos y la pobreza para muchos en RD.

Por Guillermo Tejeda
(Director Resumen Final Digital)
Desde las tribunas del Palacio Nacional se difunde con algarabía el más reciente «Índice de Prosperidad» que sitúa a la República Dominicana como una de las cinco economías más próspera de América Latina y el Caribe.
Se trata de un informe elaborado sobre la base de datos del Banco Mundial y el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD), colocándonos en el quinto eslabón entre 23 naciones con avances en «crecimiento económico y reducción de la pobreza monetaria», solo superados por Chile, Uruguay, Panamá y Argentina y por «encima» de Brasil, Colombia, El Salvador y Costa Rica.
En el papel, todo muy bien, pero mirando a nuestro alrededor, desde las gradas, el panorama es muy diferente y la gente se pregunta donde está la prosperidad que no la alcanzan a ver y sentir menos en sus bolsillos.
Y es cierto, ha habido mucha prosperidad, pero para un grupo muy reducido de los contados sectores a donde van a parar siempre los recursos generados por la actividad económica, uno de ellos el turismo, cuyos beneficios se van como lo efímero de los visitantes extranjeros concentrados en los lujosos resorts sin posibilidad de palpar las condiciones de los pobladores de las provincias, donde se han levantado los hoteles de las grandes cadenas internacionales y nacionales.
Actualmente, el turismo aporta más del 15 % del Producto Interno Bruto (PIB) y ha sido responsable de cerca del 40 % del crecimiento económico de los últimos años, según datos oficiales, pero muy poco de esos recursos se han invertido para mejorar las condiciones socio-económicas de la gente que vive en las zonas explotadas.
La dominicana, es una «prosperidad» que se queda en lo más alto de las torres que se construyen en Santo Domingo, desde la que se pueden ver claramente, la opulencia y la miseria al mismo tiempo.
Lo que no se destaca de ese informe de «prosperidad» es lo que advierten sus analistas sobre las complejidades del entorno internacional para la República Dominicana, con una economía dinámica obligada a diversificar su base productiva, fortalecer la institucionalidad que se ha ido desmoronando y mejora la calidad de los servicios, así como la infraestructura.
Y sobre este último elemento, las perspectivas son cada más sombrías, con una ejecución presupuestaria que destina cada vez menos dinero a la inversión pública, chupándose los ingresos de las finanzas públicas los cuantiosos recursos pagados por intereses de la deuda.
El porcentaje que aparta República Dominicana para pagar sus compromisos financieros se encuentra por encima del promedio regional, el cual es de un 12.6%. En total son ocho los países de la región que superan este porcentaje intermedio.
Un informe divulgado el mes de mayo por la Dirección General de Crédito Público del Ministerio de Hacienda refiere que entre enero y marzo de 2025, la deuda pública consolidada de la República Dominicana ascendió a 73,084.9 millones de dólares, lo que representa el 57.8 % del producto interno bruto (PIB).
Sin dinero para invertir ningún gobierno garantiza prosperidad a sus ciudadanos. Hay que dejar de alimentar falsas ilusiones a la población y trabajar para los más vulnerables y no propiciar políticas para que los grandes empresarios se sigan quedando con el pastel que corresponde repartir a todos los dominicanos.
Una prosperidad para los que habitan en los palcos del gran estadio nacional y la pobreza para quienes son impedidos por el mismo Estado de salir de los bleachers, sufriendo las precariedades de los servicios esenciales y pagando el peor impuesto, el de la inflación con la que ha estado bailando el gobierno desde hace años muy pegado, al extremo de mantener asfixiadas a las familias que necesitan buscar todos los días más dinero para comprar cada vez menos alimentos de la canasta básica.
En síntesis, las estadísticas que se venden desde el gobierno para su narrativa de «prosperidad» se quedan cortas ante la adversidad que enfrentan los dominicanos, que no se alimentan con cifras, sin importar los sofisticados maquillajes estéticos que se elaboran en los despachos de los burócratas, que no saben donde queda un mercado, y muchos menos un hospital para atender sus dolencias.