Líder laborista Keir Starmer asesta derrota conservadores británicos
El líder laborista, Keir Starmer, recibió este viernes el encargo del rey Carlos III de formar gobierno como nuevo primer ministro del Reino Unido, tras mantener una audiencia con el soberano en el palacio de Buckingham, residencia oficial de la realeza en Londres.
Starmer se dirigirá ahora en coche hasta la sede del Gobierno en Downing Street, que será a partir de ahora su residencia y despacho oficial, donde dará su primer discurso a la nación como jefe de Gobierno tras logar una histórica mayoría absoluta en las elecciones generales celebradas este jueves.
HISTORIAL DEL NUEVO PRIMER MINISTRO BRITANICO
Keir Starmer ha llegado a Downing Street como si en realidad nunca lo hubiera previsto. Este sobrio hombre de leyes, fiscal reconvertido a político, sigue siendo un enigma para el Reino Unido, aunque haya conseguido sacar al laborismo de su larga travesía por el desierto.
Valga sobrio como aburrido, hermético, soso y constreñido. Pero también como moderado, pragmático, racional y sensato. Aplíquese al gusto.
Lo bueno de jugar con las cartas pegadas al pecho es que hay tantos Starmer en el imaginario colectivo como votantes en el país. Y ninguno asustó tanto al electorado como para no confiarle las llaves del número 10 de Downing Street.
Desde que el Partido Conservador comenzó su desmontaje por capítulos en la pasada legislatura (primero con las fiestas de Boris Johnson, después con la calamidad fiscal de Liz Truss, finalmente con la impericia política de Rishi Sunak), Starmer ha tenido claro que solo un error propio le privaría del poder.
Eso ha irritado a las bases laboristas, pero al mismo tiempo ha enviado un mensaje de calma al país: pueden darme las riendas, no haré cosas raras.
En honor a la verdad, Starmer no se ha movido ideológicamente ni un centímetro desde hace años. Disciplina fiscal, rigor en las cuentas, promesas realizables y seriedad en la gestión conforman el núcleo de su mensaje.
Nada de eso hizo saltar de euforia a los electores, pero tampoco impidió que votasen por él.
A estas alturas, Starmer será muy consciente de que el porcentaje de votos que ha obtenido (un 34 %) es bastante más bajo que el que su predecesor, Jeremy Corbyn, tan carismático como divisivo, obtuvo en las elecciones que perdió en 2017 (40 %).
La diferencia es que aquella vez la conservadora Theresa May obtuvo un 43 % de los votos y en esta ocasión el conservador Sunak se quedó en el 24 %.
Si se recurre a un símil futbolístico de los que tanto gusta Starmer, estos comicios se acercaron más a un gol en propia puerta de los ‘tories’ que a una espectacular chilena laborista en el último minuto.
No es baladí el recurso balompédico: el fútbol ha sido elemento central de la campaña (la mayoría de mítines los ha dado en pequeños estadios) y forma parte intrínseca de la personalidad del líder laborista, como explica el periodista Tom Baldwin en la única biografía autorizada de Starmer, tan completa como benevolente.
ORÍGENES HUMILDES
Pese a su obsesión por la privacidad, el nuevo primer ministro ha relatado una y otra vez los pormenores de su infancia en una familia de clase trabajadora que sufría para llegar a fin de mes.
Nació en 1962 en Surrey, al sur de Londres, un área tradicionalmente burguesa y conservadora, donde siempre se sintió, según su biografía, un poco fuera de sitio.
La figura de su padre, un artesano con fuertes convicciones de izquierda, tiene una importancia capital a la hora de explicar al personaje.
Mantuvo una enorme distancia emocional con sus cuatro hijos, al tiempo que concentraba sus energías en cuidar de su mujer, Jo, aquejada de una rara enfermedad autoinflamatoria, algo que Starmer ha recordado con amargura en varias ocasiones.
Alumno modélico en una ‘grammar school’ (escuelas públicas para los mejores estudiantes), el jefe del Gobierno cursó sus estudios en la universidad de Leeds y posteriormente en Oxford, donde quedó cautivado por la defensa de los derechos humanos.
Coqueteó desde joven con las ramas más radicales del laborismo, llegando a proclamar en una entrevista de trabajo para un bufete de abogados que “la propiedad es un robo” (aunque luego reconoció que era una provocación).
Pese a todo, los más cercanos siempre han detectado en él una esencia de ‘patriota de pueblo’, un hombre de orden con apego por su país y sus tradiciones, alejado de la imagen de abogado elitista y cosmopolita con la que le retrata la derecha.
Jamás ha renunciado a los partidillos de fútbol con sus amigos ni a su abono en el estadio del Arsenal, que lo mantienen pegado a tierra.