Más tragedias y corrupción en las cárceles dominicanas
Por Guillermo Tejeda
(Director Resumen Final Digital)
Lo que acaba de ocurrir en la Cárcel del 15 de Azua, es apenas un eslabón de la tragedia en la que se ha convertido el sistema penitenciario en la República Dominicana, una fuente de enriquecimiento ilícito, en el que sobreviven los más fuertes y mueren quienes menos daños han infringido a las leyes, pero no tienen siquiera para pagar un abogado o una miserable fianza que le devuelva la libertad.
Cuando todavía no se conocen los resultados del incendio ocurrido en marzo de este año en los galpones de la Penitenciaría Nacional de La Victoria, en el que murió un número indeterminado de reclusos, se registra otro escándalo en otra de las más importantes prisiones e igual de desacreditada.
Las autoridades han tratado de minimizar el hecho de que un preso armado llegara hasta las oficinas del coronel de la Policía, Ricardo Bidó, comandante del penal y tras una discusión por motivos que no han trascendido todavía a la opinión pública, lo tomara como rehén siendo posteriormente abatido a tiros el condenado.
Las versiones acomodadas ofrecidas por las autoridades difieren de los testimonios de otros reclusos y los familiares de la víctima, de quien se dice que gozaba de excesivos privilegios, que llegaban incluso a sacarlo del 15 de Azua para trasladarlo hasta actividades festivas, lo que todo el mundo sabe que tiene un alto precio y se paga en efectivo.
Se ha divulgado el pasado delictivo de Michael Ramírez , condenado a 20 años por matar a un agente de la policía, institución a la que perteneció, en un intento por acallar los verdaderos motivos de la temeraria acción que terminó en tragedia.
Pero para nadie es un secreto la rampante corrupción que controla esa cárcel erigida en un agreste terreno del suroeste del país, a la que pocos tienen acceso y desde donde se han planificado asesinatos espeluznantes, fraudes cibernéticos y millonarias extorsiones.
El allanamiento posterior realizado por las autoridades penitenciarias, donde se encontraron sustancias prohibidas, armas blancas, estimulantes sexuales y otros objetos, revelan la magnitud del desorden imperante en una cárcel que se considera de seguridad máxima.
Se olvidan nuestras autoridades de que la fiebre no está en la sábana, por lo que nadie explica el origen del arma de fuego con la que el recluso hirió al coronel Bidó. Quizás explique algo la forma en que estaba vestido el oficial superior, en bermudas y franela, disminuyendo la autoridad que debe representar el comandante de tan peligrosa cárcel.
Da pena y vergüenza que se sigan escribiendo los mismos guiones para documentar las tragedias que ocurren en nuestras cárceles, cuando se ha prometido hasta la saciedad un cambio en la política penitenciaria.
Pero continuamos con más de lo mismo, una corrupción a la vista de todos que mueve millones de pesos con los negocios detrás de las rejas, una pujante industria de la extorsión, en la que se utilizan equipos tecnológicos al que no tienen acceso cualquier ciudadano decente que cumple con las leyes.
Todavía nadie sabe cómo llegaron las modernas parábolas de internet satelital marca Starlink al techo de La Victoria, aunque todos sabemos quienes permitieron su ingreso e instalación.
La complicidad es el verdadero cáncer que sigue haciendo metástasis en el sistema carcelario, donde esperan la muerte muchos jóvenes y ancianos afectados de todo tipo de enfermedades, algunas terminales que no alcanzan la visibilidad de los responsables de la dignidad de los privados de libertad.
La Procuraduría General de la República, concentrada en expedientes mediáticos con tintes políticos, se ha olvidado de las cárceles, aunque la corrupción desde esos recintos mueva tanto dinero como el que persigue en los conocidos procesos, que se diluyen con el tiempo en una República Dominicana de colindancias y tantos compromisos partidarios y empresariales.
Mientras tanto, hay que estar preparados para que diluido este escándalo de la Cárcel del 15 de Azua, donde se ha ocultado todo, ocurra otra tragedia de igual o mayor dimensión, en un país donde se ha perdido la capacidad de asombro.