«Nos deja nuestra comesola favorita…»

Si la lealtad, sinceridad y el amor familiar se premiaran con justicia, todas las medallas se las habría llevado Crucita Pineda, una sencilla mujer que por más de 20 años se dedicó a la difícil tarea de maquillar a quienes se ganan la vida frente a las cámaras, tratando siempre de dar la mejor impresión, disimulando patas de gallinas, arrugas y las bolsas en los ojos, que dejan en nosotros el paso de los años y los avatares del diario vivir.

 

Crucita se las ingeniaba, no sólo para planchar esas huellas en la piel, sino en el alma, con una sonrisa y su hablar pausado, aunque no dejará en su casa un tizón prendido para alimentar la numerosa familia de hijos propios, nietos y sobrinos que alimentaba con su trabajo que iniciaba a las 5:00 AM en RTVD y finalizaba entrada la noche en RNN.

 

Se nos fue Crucita, a quien yo llamaba «comesola», mote al que ella respondía «comesolito».

Y les hablaba de la lealtad como una de las prendas que adornaban a Crucita, pues no barajaba poner en su lugar a quienes se atrevían a presentarse a su camerino con chismes y otro tipo de sandez, contra mi persona o el compadre Guillermo.

 

Pero mi intención no es solo reconocer a esta humilde compañera que nos deja, chocados, como decimos popularmente, sino lamentarme por la forma en que se produjo su muerte, producto de un Accidente Cerebro-vascular o ACV, que según escucho a los especialistas, se produce por una obstrucción en el ramal venoso que lleva la sangre por el cerebro y de ahí a otras partes del sistema cardiovascular.

 

Por lo general, cuando este tipo de accidente ocurre se produce sangrado en el cerebro que lo detectan los estudios que recomiendan realizarle al paciente.

 

Si el tratamiento facultativo resulta exitoso y Dios mete sus manos puede recuperar su salud, en base a terapias y un tratamiento concienzudo, puede recuperar los daños que se proyectan a distintas partes del cuerpo.

 

Cuando la compañera Cesarina Ravelo me comunicó la muerte de Crucita, la reacción impulsiva de mi parte fue, «¿pero qué le pasó.?

 

Cesarina me informó que había sufrido un ACV y que los médicos que la atendieron en un primer evento la despacharon hacia su casa, quiero yo pensar, tal vez, al presentar alguna mejoría en su cuadro clínico.

 

Sin ser médico me atrevo a asegurar que, si hubiera sido alguien con poder económico o nombradía y no siendo una humilde maquillista, la hubieran retenido, hasta descartar cualquier patología que pusiera en riesgo su vida.

 

Pero con Crucita no fue así. Esta fue enviada a su hogar, donde un segundo evento le arrancó la vida, la noche del pasado sábado.

 

No es mi interés agregar más detalles a la muerte de Crucita porque me ahoga la ira y la impotencia de perder a un ser humano valioso, luchadora para sacar a su familia hacia adelante y repartir cariño en un mundo plagado de iniquidades.

 

Pero como ciudadano sufro el deterioro de los servicios, y en especial, la salud y la educación, que se han convertido en los negocios más lucrativos y de peor calidad, conforme se adueñan de ellos los insaciables grupos económicos, hasta el punto que muchas clínicas no internan pacientes, si sus familiares no pagan un adelanto, una forma de discriminar a quienes demandan el servicio en medio de graves urgencias médicas.

 

Si se trata de los hospitales públicos mejor no presentarse a procurar el derecho a la salud que nos corresponde por mandato constitucional y dignidad humana. Estos centros han vuelto a ser almacenes de enfermos, carentes hasta de agua y jabón para higienizar a pacientes y personal sanitario.

 

Si analizamos la publicidad del gobierno, República Dominicana es una tacita de oro y lo que no es así, fue porque los anteriores lo dejaron mal.

 

Los casos de la Maternidad San Lorenzo de Los Mina, donde fallecieron 34 bebés y el Salvador B. Gautier, donde las montañas de basura llegaban al techo, para no citar otros casos, sólo sirven para exacerbar los argumentos de una campaña electoral a destiempo del presidente Abinader.

 

Lo penoso para mí de este artículo es no poder cerrarlo con la buena noticia de tener a una Crucita sonriente, con su caja de polvos, su capa, una almohadilla en sus manos y con su eterna sonrisa decirme: «venga comesolito, vamo´ al aire».

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