RD: Entre el Caucus Negro y corsarios con Biblia y sotana

La República Dominicana ha estado obligada a llevar, como un collar de fuego, las pretensiones de grupos minoritarios, pero de alta incidencia en la política de Estados Unidos, con denuncias de supuestas violaciones a los derechos civiles que tanto les preocupan, como el tema racial, libertad sobre opciones sexuales alternativas, el aborto y el uso de la marihuana, entre otros, que tienen más vigencia en los gobiernos del Partido Demócrata.

No es casual que los ataques contra República Dominicana ocurran en momentos en que la influyente vocera de la Casa Blanca es la joven de padres haitianos Karine Juan-Pierre, reconocida activista del poderoso Caucus Negro norteamericano, que de arrancada logra una sanción contra la empresa de capital norteamericano Central Romana Corporation (CRC) que lleva más de 100 años en el país, generando empleos para haitianos y dominicanos y contribuyendo con impuestos y otros recursos al desarrollo del país.

Con esta acción, potencias como Estados Unidos, Canadá y Francia se ponen de acuerdo para desempolvar el viejo expediente de supuesto racismo y trato esclavista contra trabajadores haitianos que laboran en la industria azucarera de República Dominicana, iniciando con el CRC.

De manera inconsecuente esos sectores logran castigar al país, obviando la situación de penuria imperante en Haití, donde muchos niños recurren a las galletitas de tierra a falta de alimentos que en verdad los nutra.

Obvian que es el país más pobre del continente, comido por las enfermedades y donde la esperanza de vida es más baja, debido a la desnutrición y las secuelas de enfermedades, ya erradicadas en otras naciones.

Con el peso de esos y otros problemas carga la República Dominicana, ante la mirada de una indiferente comunidad internacional.

La prohibición de las exportaciones de azúcar al mercado norteamericano, no sólo penaliza al Central Romana que deja de colocar en el mercado estadounidense productos por un monto superior a 150 millones de dólares al año. También deja de generar miles de empleos que tanto ayudan a la paz social de los dominicanos.

A ojos vista, de lo que se trata es de un castigo al típico estilo colonialista contra la República Dominicana, por negarse a permitir la apertura de campamentos de refugiados haitianos en territorio dominicano.

Cualquier conocedor del tema concluiría que en un campamento para los haitianos pobres ha sido convertido el territorio dominicano.

De una manera persistente se ha estado tratando de «convencer» al país para que acepte la colocación de estos campos de refugiados, que tantos conflictos han dejado en naciones que comparten fronteras terrestres, por ejemplo, la guerra de los Balcanes en Europa del Este, y en África.

La experiencia más reciente la tuvimos en 1994, en ocasión del golpe de Estado que depuso al presidente Jean Beltrán Aristide, desatando una conmoción social que dejó un saldo de cientos de personas asesinadas o perseguidas por el régimen despótico del general Raúl Cedras.

En esa ocasión se logró contener la avalancha, con la negativa que mantuvo el entonces presidente Joaquín Balaguer, con una polvareda de opiniones a favor y contra, en especial de los grupos nacionalistas que intuían que lo que se procuraba era, sino la fusión de ambos países, trasvasar la población haitiana a República Dominicana, alegando problemas de convivencia y falta de espacio físico para la vida en comunidad.

Alertaban que se estaría poniendo en marcha una estrategia de ocupación gradual del territorio dominicano mediante el trasiego de parturientas haitianas a dar a luz en hospitales dominicanos, alegando el deterioro o la falta de camas para dar el servicio en su país. El paso del tiempo dio la razón a este colectivo, ya que hoy día el fenómeno de las parturientas haitianas es una dura realidad que consume gran parte del presupuesto que República Dominicana dedica a la salud.

Para esos países no basta que la violencia que desarrollan 200 bandas delincuenciales, la falta de alimentos, educación y las epidemias, hayan empujado hacia territorio dominicano a más de dos millones de indocumentados a través de las monterías.

Pesa más para el llamado caucus negro que es un grupo de legisladores demócratas afro descendientes que impulsan estas políticas, la resistencia a prácticas racistas que hoy día tienen más vigencia en EE.UU. que en la R.D.

Ignoran que, en el país residen de manera indocumentada más haitianos que en EEUU. Aquí encuentran trabajo, alimentación y el sustento de los familiares que dejaron a sus espaldas.

Los ataques contra República Dominicana vienen desde lejos, desde antes de la independencia de 1844, la historia registra siete invasiones militares con fines de ocupar y sojuzgar al país, por parte de nuestros propios vecinos haitianos.

En la era moderna, de 1997 hasta el 2007, el país recibió los embates de una campaña de descrédito internacional a cargo del cura anglo-español Christopher Hartley Sartorius, quien alegaba el supuesto trato inhumano que se les ofrecía a los obreros en los bateyes del grupo Vicini.

Las presiones se atenuaron, ya que en medio de las pugnas surgió una versión de que un hermano de Hartley, manejaba en España una empresa dedicada a la producción de azúcar, biocombustible y melazas, para exportación al mercado inglés, lo que colocaba al combativo religioso en una difícil situación, en tanto lo involucraban en un conflicto de intereses con los negocios de su hermano.

Los adversarios de Hartley explotaron el hecho de que su campaña obedecía a que esta empresa competía con la oferta del grupo Vicini en el mercado británico, donde vinculaban al religioso familiarmente a la corona real.

Para colmo, a Hartley se le atribuyó tal cercanía con el Vaticano que se llegó a especular que, gracias a sus influencias, logró ascensos importantes en la jerarquía católica dominicana, para los colegas con quienes compartió oraciones durante su «pastorado» prohaitiano, en la humilde parroquia de la comunidad de San José de los Llanos de San Pedro de Macorís.

De modo que el inquieto sacerdote pasaba de religioso a ser una especie de corsario moderno, un Francis Drake con Biblia y sotana.

Pero obstinado, luego de un tiempo fuera de RD, el sacerdote regresa al país acompañando a una delegación de congresistas norteamericanos, parte del caucus negro, interesados en obtener informaciones sobre los hechos denunciados en los bateyes del grupo Vicini.

Aún se recuerda a parte de esos legisladores tapándose la boca y nariz con sus manos, a modo de mascarilla, para no aspirar el olor del detritus de cientos de residentes pobres de los bateyes.

Pero como siempre ocurre, las potencias que se enriquecieron con las tierras haitianas, cortando sus maderas y produciendo caña para la fabricación de azúcar, extrayendo minerales y las mejores crianzas para alimentar con carne a su población, nueva vez escurren el bulto frente Haití, dejando sobre los hombros de los dominicanos, la solución de sus problemas.

A modo de recordatorio tengo que subrayar que cuando se separó la isla en el año 1697 en ocasión de la firma del tratado de Rijswijk, para crear Haití y lo que hoy es República Dominicana, la parte que hoy ocupamos, era un territorio habitado por españoles menesterosos, mientras la parte haitiana era pródiga en riquezas, la colonia estrella de los franceses, debido a todo lo que acarreaban sus barcos.

Muchos preguntaran: ¿A qué se debió que, con el paso de los años, cambiara rotundamente ese panorama? y hoy día la pobreza y la incertidumbre conviertan a nuestros vecinos haitianas en un triste referente de pobreza a nivel planetario.

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